sábado, 18 de diciembre de 2010

‘Imparable’, un cliché bien llevado

ACCIÓN E INFANTILES EN CARTELERA
Armando Almánzar R.
Santo Domingo

¿Tienen aún en la memoria a “Tiburón”, de cuando Steven Spielberg no era nadie? Recuerdan, seguro que sí, los pasos que se dan en la trama hasta alcanzar la imagen aterradora del temible depedrador?

Pues entonces recordarán también que, a partir del famoso escualo que hizo famoso a su creador, surgieron como malas yerbas docenas de películas en las que existía un peligro que era desestimado en principio y que luego, como es natural, acaba arrasando con media humanidad hasta que el héroe de turno le arregla las cuentas.

Ese tipo tan particular de historia dio lugar entonces, como ya señalamos, a docenas de imitaciones, algunas con más suerte que otras.

Bien, por si tanto se acuerdan de la inicial y sus imitaciones, entonces de seguro habrán advertido que “Unstoppable”, de Tony Scott, anda segura y precisa por esa misma senda: empiezan por mostrarnos a los que habrán de ser héroes y dar un toquecito sobre sus problemas respectivos, que son comunes y corrientes, lo de todos los días en este mundo, para luego darnos un asomo del peligro que se viene encima de todos, héroes incluidos, y hacernos pensar en qué tremenda barbaridad que pudieran perecer varias docenas de niños pequeños que van en excursión en un tren.

Y luego se desencadena el peligro: un conductor torpe deja irse a un enorme tren (el más grande y pesado que se pueda imaginar, no un trencito cualquiera) tal y como si de un perro faldero se tratara, por una serie de “casualidades” (convenientes) el tren no dispone del freno electrónico que se puede activar desde el control central, la palanca de cambios queda tan bien colocada que, no bien avanza un par de metros el aparato entra en acelerador, el conductor trata de subirse de nuevo y, claro, no puede, y luego otro que trata de hacerlo casi se mata, y el enorme tren parte tomando velocidad vía franca, todo bien preparado para la oportuna intervención de los héroes, que, como es natural en este tipo de historias, deberán vencer todos los increíbles peligros que acechan por el camino a 120 kilómetros por hora.

Que no se nos olvide: igual que en todas las anteriores recordadas, los responsables desde el punto de vista económico no quieren obtemperar con las atinadas recomendaciones de los expertos porque piensan primero en sus bolsillos y luego en la fatalidad.

O sea, que estamos, argumentalmente hablando, frente a un perfecto cliché, pero la ventaja de este cliché es que ese Tony Scott, hermano menor de Ridley, menor también en talento, de todos modos es un buen artesano y maneja esos elementos descritos de manera tal que, visual y sonoramente, la historia nos arrastra tal y como si nosotros, los espectadores, fuéramos meros vagones de su formidable locomotora, por lo que la película emociona, nos colma de ansiedad, nos hace sentarnos en el borde del asiento a la espera de eso que, para que vean, conscientemente sabemos que no habrá de suceder (porque Denzell Wasington, su personaje, indefectiblemente no habrá de morir en este tipo de historia).

O sea, que es un buen cliché, o sea, que es un film apreciable porque, siendo el cine una comunión de forma y fondo, por lo menos la forma es más que apreciable.

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