SANTO DOMINGO, República Dominicana.-El politólogo y sociólogo Carlos Báez Evertsz advirtió al presidente Leonel Fernández que dos o incluso tres millones de firmas no son un plebiscito para seguir reinando a su antojo por encima de la Constitución, ni para erigirse en autócrata en su propio partido.
En la tercera parte de un análisis serial sobre los líderes Hipólito Mejía, Miguel Vargas Maldonado y Leonel Fernández, el intelectual dominicano residente en Bruselas, Bélgica, sostiene que para la democracia, para la Constitución y para todos los ciudadanos democráticos, los dos millones de firmas que supuestamente sustentan la propuesta reeleccionista del gobernante dominicano son simples pedazos de papel sin valor jurídico, “cuyo destino final es ir a una papelera y en última instancia, ser quemados”.
Báez Evertsz, catedrático universitario, PhD, que estudia sistemáticamente los hechos políticos y sociales de la República Dominicana, observa que seres casi todos los que han dirigido a las masas han sido seguidores de alguien o alguna idea antes de transformarse de guiados en guías, y es lo que ha ocurrido al presidente Fernández.
“Los comportamientos mostrados por Leonel Fernández, que para algunos han resultado inexplicables, extraños, impredecibles, se convierten en el lugar común de ciertos políticos, en algo del montón, en el comportamiento de seres muy lejos de mostrar cualidades extraordinarias o notables, sino insisto en una “vulgata” de tantos políticos carentes de virtudes ejemplares”, precisa en su análisis “Leonel Fernández: “el partido soy yo”.
A continuación texto, que también está publicado en nuestra sección opiniones.
Leonel Fernández: “el partido soy yo”
Carlos Báez Evertsz/Especial para Acento.com.do
BRUSELAS, Bélgica.-La ciencia política no solo se dedica al estudio de las instituciones, la teoría, las normativas y la metodología de la política, también se dedica al estudio y análisis del comportamiento de los actores políticos, sean éstos los partidos o los individuos que se dedican a la actividad política.
Una de las escuelas de esta ciencia “blanda” que es la política, que más énfasis ha puesto en ver cómo funcionan y actúan los políticos es la de los llamados “realistas” que se interesan menos por lo que los políticos deben hacer (ética y deontología), y se vuelcan más en lo que realmente hacen. Una vez expuestas estas actuaciones se tienen elementos para clasificarlas de acuerdo o no a los postulados de la ética política.
De acuerdo a estas teorizaciones los comportamientos mostrados por Leonel Fernández, que para algunos han resultado inexplicables, extraños, impredecibles, se convierten en el lugar común de ciertos políticos, en algo del montón, en el comportamiento de seres muy lejos de mostrar cualidades extraordinarias o notables, sino insisto en una “vulgata” de tantos políticos carentes de virtudes ejemplares.
¿Cuál es el mecanismo por el cual se produce esa transformación psico-política de quienes han llegado a ocupar puestos de jefatura o dirección en los partidos o en los gobiernos? Como estudió Gustave Le Bon, al inicio de sus carreras parecen ser seres “idealistas”, “nobles”, “entregados a una causa” que quieren encarnar o representar. Casi todos los que han dirigido a las masas han sido seguidores de alguien o alguna idea antes de transformarse de guiados en guías.
Pero una vez que gracias a ciertas “cualidades”, como puede ser en política la oratoria, la flexibilidad para evitar confrontaciones con los que tienen poder de decisión o de obstaculizar los ascensos en el partido, la obsequiosidad con todo aquél que tiene poder y, la actitud reverente o hipócrita hacia los iguales e incluso subordinados o seguidores, se logra ascender y llegar a la cúspide. Las cosas cambian.
El gusano metamorfoseado en mariposa es otra persona. El poder le transforma totalmente. Ya no tiene que disimular o lo hace cada vez menos y con menos personas de su entorno, los anteriormente amigos, “compañeros del alma”, comienzan a ser percibidos como adversarios o claramente como enemigos, si osan, pensar que pueden ser su sustituto.
Se acepta y recompensa a aquellos dispuestos a estar en papeles de alfombras a los pies de su señor, buenos para ser pisados o desplazados a antojos del “Gran Líder”, sin rechistar. Eternos segundones, tercerones o cuarterones, felices de serlo, siempre que disfruten de parte del pastel del poder.
Se ha afirmado que la conciencia de tener poder confiere a quien lo tiene “la vanidad de creerse un gran hombre”. El poder afirma la idea de su propio valor personal, el sentimiento de su superioridad y la convicción de que es indispensable.
Además, el que ha logrado conquistar el poder buscará consolidarlo, extenderlo y elevar murallas alrededor de su posición para resguardarse contra los que buscan sustituirlo y para protegerse también de los intentos de control y de las limitaciones a ese poder que busquen las masas o los grupos organizados de la sociedad.
Cuando esos jefes políticos no tienen una fortuna personal que hayan obtenido por herencia o por sus actividades empresariales o profesionales anteriores al ejercicio de cargos políticos, la lucha por mantenerse a todo trance en el poder está ligado también a motivos económicos.
Siendo el poder del Estado la fuente de sus ingresos, el medio por el que han accedido a la riqueza, se obstinan en mantenerse para seguir disfrutando de la misma y para acrecentarla, también para evitar que se pueda cuestionar o confiscar esa riqueza sin medios legales demostrables de adquisición legítima, a poco que se indague. El poder no es sólo un medio de satisfacción ególatra sino un medio de acumulación individual.
Cuando esos jefes políticos no tienen una fortuna personal que hayan obtenido por herencia o por sus actividades empresariales o profesionales anteriores al ejercicio de cargos políticos, la lucha por mantenerse a todo trance en el poder está ligado también a motivos económicos.
Ese mecanismo no siempre es consciente o se buscan siempre excusas psíquicas para ese cambio de haber sido un idealista a un oportunista, de un creyente en ideas en un escéptico, de un supuesto altruista, en un egoísta rampante, cuyos acciones obedecen a un frio cálculo de únicamente su propio interés al margen de cualquier otro motivo grupal o colectivo.
Todo ello se justifica porque cuando se está en la cima del poder el mundo mental y psicológico de esos individuos sufre modificaciones importantes que terminan por ser asumidos por el implicado como una especie de reflejo de los cambios habidos en el mundo o en su mundo circundante, todo lo cual exige y justifica cambiar de posiciones políticas.
La culminación de esa distorsión psicólogica es cuando comienza a asumirse mentalmente la idea del poder vitalicio, y faltos de otra legitimidad (la del poder por la gracia de Dios) se buscan mecanismos al margen de la legalidad vigente acudiendo, teóricamente, a la fuente última del poder: la voluntad popular.
Expresada ésta no en unas elecciones competitivas en más o menos igualdad de condiciones para la pluralidad de aspirantes al poder sino en el uso y abuso de la supremacía del poder económico, persuasivo y represivo del Estado.
En estos casos, en realidad, los mecanismos plebiscitarios no son una manera de profundizar la democracia representativa sino de sustituirla, por eso los fascismos y los autoritarismos son tan inclinados a su empleo.
Los intentos cesaristas o bonapartistas se basan en este mecanismo, por ello, se ha dicho que: “El bonapartismo reconoce la voluntad del pueblo sin reservas, hasta llegar a concederle el derecho al suicidio: la soberanía popular puede ir hasta a suprimirse a ella misma”.
Por ello el bonapartismo es la teoría de la dominación individual, que aún teniendo su origen en la voluntad colectiva, tiende a emanciparse de ella y convertirse en soberana a su vez. Es el intento de hacer una síntesis de dos conceptos antagónicos: democracia y autocracia.
De manera, que dos o incluso tres millones de firmas no son un plebiscito para seguir reinando a su antojo por encima de la Constitución, ni para erigirse en autócrata en su propio partido.
Para la democracia, para la Constitución y para todos los ciudadanos democráticos, esos dos millones de firmas son simples pedazos de papel sin valor jurídico, cuyo destino final es ir a una papelera y en última instancia, ser quemados.
Bruselas, 1 de abril de 2011
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