El capítulo VI del libro "Guzmán, su vida, gobierno y suicidio" , escrito por José Báez Guerrero, está dedicado a examinar el Gobierno que presidió Antonio Guzmán Fernández, pero no me detendré en su contenido debido a que me centraré en la parte esencial de la obra que, evidentemente, está conformada por los capítulos VIII, IX y X, en los que el autor ofrece una impresionante reconstrucción de los momentos finales del Presidente Guzmán y describe con admirable precisión algunas de las que, a su juicio, fueron las causas del suicidio, su agonía y los hechos que sucedieron entre el instante en que se produjo el fatídico disparo en el Palacio Nacional y la hora en que el primer mandatario de la nación expiró, lapso que Báez Guerrero denominó "la más larga madrugada".
En la introducción a su libro, Báez Guerrero plantea que el tema del suicidio del presidente Guzmán con muy escasa frecuencia ha sido abordado desapasionadamente y que en torno del trágico episodio "se han tejido diversas leyendas políticas" que el autor se esfuerza por examinar y esclarecer a lo largo del texto.
Entre esas leyendas, destaca el autor, sobresalen el rumor de que hacia el final de su administración el presidente Guzmán se hallaba agobiado por diversos problemas de Estado, además de las constantes acusaciones de actos de corrupción en los que supuestamente habrían incurrido algunos de sus funcionarios de mayor confianza, entre ellos su propia hija, la licenciada Sonia Guzmán de Hernández. En adición a estos infundados rumores, propalados con fines nada bondadosos por sus adversarios políticos, también se afirma que desde el litoral del presidente electo, Salvador Jorge Blanco, se asediaba constantemente al presidente Guzmán advirtiéndole de que tan pronto se produjera el traspaso de mando, él sería objeto de un proceso judicial acusado nada menos que de haber permitido irregularidades administrativas durante su gestión de gobierno.
Báez Guerrero descree de la verosimilitud de esas acusaciones, que en su gran mayoría juzga sin fundamento, y, lo más importante, analiza el suicidio del presidente Guzmán desde una perspectiva que permite examinar diferentes componentes causales; esto es, no como un hecho aislado sino como el resultado de una serie de factores que gravitaban en la psiquis de Antonio Guzmán desde mucho antes de escalar a la primera magistratura del Estado.
Al tratar de reconstruir los últimos días de Antonio Guzmán Fernández y adentrarse en el análisis de las posibles causas que le indujeron a tomar la decisión de quitarse la vida de un pistoletazo, Báez Guerrero es de opinión de que el entonces Presidente de la República "tenía muchos otros motivos, quizás de igual o mayor magnitud, para entrar en el proceso de tristeza progresiva y pérdida de esperanza que causa una depresión como la que le llevó a darse un tiro en su despacho del Palacio Nacional".
Asimismo, el autor del libro que comentamos considera que Guzmán, al decidir suicidarse, obró movido por "una patología endógena que era propia a su idiosincrasia, [en adición] exacerbada por las presiones que sentía al creer un fracaso su gestión como gobernante"; de lo que se infiere que las causas de la muerte del presidente Guzmán obedecieron a múltiples factores y no pueden imputarse exclusivamente a la indocumentada acusación de corrupción administrativa que los rumores atribuían a algunos de sus colaboradores más íntimos, ni tampoco a las "alegadas amenazas proferidas por Jorge Blanco", a pesar de que, según Báez Guerrero, en cierto modo "las presiones de su viejo rival, una vez era Presidente electo, lo afectaron profundamente".
A raíz de las reflexiones que anteceden, Báez Guerrero sugiere que "los presidentes necesitan disponer de asistencia médica capaz de detectar los síntomas en caso de que se embarquen en la travesía hacia la delusión o la privación del juicio o la razón." Y agrega: "Pero, ¿quién puede juzgar la salud mental de la persona cuyos juicios son como sentencias, cuyas pasiones no merecen dudas, cuyas fragilidades deben esconderse porque debilitan la función que representa? De todos los comentaristas que escribieron sobre la muerte de Guzmán, sólo uno -el doctor Julio Hazim- tuvo la agudeza de sentenciar lo evidente: "nunca ocultó demasiado su intención".
No cabe duda de que sólo un médico de formación y profesión, como el doctor Julio Hazim, quien además es un comunicador de singular agudeza y perspicacia en sus juicios sobre diferentes temas de interés nacional, u otros de sus colegas del área de la siquiatría o la sicología, estaba en condiciones de detectar el aparente estado de desconexión con la realidad política del país que abatía al Presidente y de haber sostenido, luego de ocurrida la tragedia, "que Guzmán nunca ocultó demasiado su intención". Una de las interrogantes que en ocasiones suscita la descripción que hace Báez Guerrero en su libro en torno al estado síquico del entonces Presidente de la nación, es cómo fue posible que ni sus colaboradores más cercanos ni sus médicos se percataran del estado melancólico que evidenciaba Guzmán en los días previos a su trágica determinación de quitarse la vida.
II
En torno del tema de la salud de los Presidentes, José Báez Guerrero insiste, en la página 370 de su citada obra que "tanto la salud física como mental de los Presidentes de la República, merece un escrutinio mayor de parte del público y una mejor supervisión de alguna autoridad competente".
Soy de opinión de que respecto de este tema el distinguido periodista y escritor se desplaza sobre arena movediza. Es obvio que los Presidentes, sean dominicanos o de cualquier otro país, dentro de su numeroso equipo de colaboradores, cuentan permanentemente con médicos asistentes de diferentes especialidades de la medicina. Pero, como se trata de los Primeros Ejecutivos de la nación, es evidente que el tema de su salud por lo general sea manejado como un asunto de Estado y no siempre -salvo que se trate de afecciones menores- el mismo es materia de debate público.
Tal vez muchos dominicanos recuerden el hermetismo con el que rodeaba todo cuanto atañía a la vida personal, por ejemplo, de Joaquín Balaguer. Su estilo de trabajo, su exclusiva dedicación a la actividad política y al arte de gobernar, y el misterio con que tanto él como sus asesores manejaban sus asuntos personales, hizo creer a muchos ciudadanos que Balaguer siempre disfrutó de una salud perfecta y que jamás padeció de una simple afección gripal. Sin embargo, cuando devinieron evidentes las manifestaciones de sus problemas visuales (se recordará que en una alocución televisada no pocas personas comprobaron que cuando el mandatario gesticulaba, sus manos inadvertidamente chocaban con el micrófono), el tema devino asunto público y el propio Balaguer admitió sus deficiencias visuales.
Posteriormente, tras ocho años fuera del poder, y a despecho de que ya había perdido totalmente la facultad de la visión, además de que experimentaba mayores limitaciones físico-motoras, Joaquín Balaguer retornó a la Presidencia de la República en 1986 y se mantuvo gobernando el país hasta 1996, con la participación de un reducido equipo de sus colaboradores de mayor confianza. Han transcurrido varios años del fallecimiento de Joaquín Balaguer y ninguno de los facultativos que durante años le brindaron asistencia profesional se ha referido a los problemas de salud que afectaron al mandatario durante el ejercicio de sus elevadas funciones.
En Europa y en Estados Unidos el tema de la salud de los Presidentes también es tratado con mucha discrecionalidad, y sólo cuando algunos padecimientos devienen inocultables, entonces los medios de comunicación y la opinión pública se mantienen enterados de la evolución de los mismos, por lo general a través de un vocero autorizado de la casa de Gobierno. Jefes de Estado, como Adolfo Hitler, Woodrow Wilson, Franklyn Delano Roosevelt y Winston Churchill, para sólo citar unos cuantos ejemplos, durante el ejercicio de sus respectivos mandatos padecieron, unos de "anormalidades síquicas", otros de deficiencias físico-motoras o de accidentes vasculares, y, sin embargo, se mantuvieron conduciendo los asuntos de Estado a pesar de los consejos de algunos de sus facultativos y asesores en sentido contrario.
A continuación cito algunos textos que versan sobre el tema de la salud de los gobernantes a escala mundial: "El poder enfermo. La salud de diez líderes políticos del siglo XX", del doctor Francisco J. Flores Tascón (Madrid, 1996); "When illness strikes the leader. The dilemma of the captive King", escrito por Jerrold M. Post y Robert S. Robins (New Haven, London, 1993); "Aquellos enfermos que nos gobernaron", de Pierre Accoce y Pierre Rentchnick (Barcelona, 1976); "Locos egregios", de Juan Antonio Vallejo Nájera (Madrid, 1982); y los ensayos "Retrato sicológico del Presidente Thomas W. Wilson", de Sigmund Freud; y el titulado "Consideraciones sobre poder político y psicopatología", de Vallejo Nájera, incluido en su obra anteriormente citada.
A lo largo del libro escrito por Báez Guerrero no se revela si el autor tuvo o no acceso a una patografía del entonces Presidente de la República, es decir, a una historia clínica del personaje que permitiera constatar si sus facultativos personales habían detectado alguna manifestación de embotamiento mental o de profunda melancolía o algún síntoma de arterioesclerosis que de alguna manera pudiese haber minado su capacidad de discernimiento político y su estabilidad emocional, induciéndolo a considerar erradamente que su administración había resultado en un fracaso político. Es probable que los más cercanos colaboradores de Antonio Guzmán confundieran con un simple estado de melancolía ciertas manifestaciones patológicas que han padecido no pocos líderes políticos cuando son conscientes de la proximidad del fin de la administración que han encabezado, toda vez que es en esta fase de su existencia en la que devienen presa del denominado síndrome de "la soledad del poder".
Habrá quienes consideren que parte de las reflexiones antecedentes no son más que simples conjeturas. Sin embargo, lo verdad, la que no desnaturaliza los hechos con elucubraciones o suposiciones, sino que parte del hecho históricamente concreto, confiable y comprobable, es que la noche del 3 de julio de 1982, el entonces presidente de la República, Antonio Guzmán Fernández, en un pequeño salón contiguo a su Despacho en el Palacio Nacional, decidió quitarse la vida mediante un tiro en la cabeza; y las verdaderas causas de esa trágica decisión todavía permanecen en la bruma del misterio. Evidentemente que el tema es muy sugestivo e interesante y, naturalmente, su dilucidación escapa a la competencia del historiador. Ojalá y que algunos de nuestros especialistas en el alma humana, como los doctores César Mella, Fernando Sánchez Martínez, Enrique Silié, Huberto Bogaert, Pedro Pablo Paredes, y otros no menos connotados especialistas, se interesen por el tema y nos ilustren con sus autorizadas reflexiones y consideraciones.
En la introducción a su libro, Báez Guerrero plantea que el tema del suicidio del presidente Guzmán con muy escasa frecuencia ha sido abordado desapasionadamente y que en torno del trágico episodio "se han tejido diversas leyendas políticas" que el autor se esfuerza por examinar y esclarecer a lo largo del texto.
Entre esas leyendas, destaca el autor, sobresalen el rumor de que hacia el final de su administración el presidente Guzmán se hallaba agobiado por diversos problemas de Estado, además de las constantes acusaciones de actos de corrupción en los que supuestamente habrían incurrido algunos de sus funcionarios de mayor confianza, entre ellos su propia hija, la licenciada Sonia Guzmán de Hernández. En adición a estos infundados rumores, propalados con fines nada bondadosos por sus adversarios políticos, también se afirma que desde el litoral del presidente electo, Salvador Jorge Blanco, se asediaba constantemente al presidente Guzmán advirtiéndole de que tan pronto se produjera el traspaso de mando, él sería objeto de un proceso judicial acusado nada menos que de haber permitido irregularidades administrativas durante su gestión de gobierno.
Báez Guerrero descree de la verosimilitud de esas acusaciones, que en su gran mayoría juzga sin fundamento, y, lo más importante, analiza el suicidio del presidente Guzmán desde una perspectiva que permite examinar diferentes componentes causales; esto es, no como un hecho aislado sino como el resultado de una serie de factores que gravitaban en la psiquis de Antonio Guzmán desde mucho antes de escalar a la primera magistratura del Estado.
Al tratar de reconstruir los últimos días de Antonio Guzmán Fernández y adentrarse en el análisis de las posibles causas que le indujeron a tomar la decisión de quitarse la vida de un pistoletazo, Báez Guerrero es de opinión de que el entonces Presidente de la República "tenía muchos otros motivos, quizás de igual o mayor magnitud, para entrar en el proceso de tristeza progresiva y pérdida de esperanza que causa una depresión como la que le llevó a darse un tiro en su despacho del Palacio Nacional".
Asimismo, el autor del libro que comentamos considera que Guzmán, al decidir suicidarse, obró movido por "una patología endógena que era propia a su idiosincrasia, [en adición] exacerbada por las presiones que sentía al creer un fracaso su gestión como gobernante"; de lo que se infiere que las causas de la muerte del presidente Guzmán obedecieron a múltiples factores y no pueden imputarse exclusivamente a la indocumentada acusación de corrupción administrativa que los rumores atribuían a algunos de sus colaboradores más íntimos, ni tampoco a las "alegadas amenazas proferidas por Jorge Blanco", a pesar de que, según Báez Guerrero, en cierto modo "las presiones de su viejo rival, una vez era Presidente electo, lo afectaron profundamente".
A raíz de las reflexiones que anteceden, Báez Guerrero sugiere que "los presidentes necesitan disponer de asistencia médica capaz de detectar los síntomas en caso de que se embarquen en la travesía hacia la delusión o la privación del juicio o la razón." Y agrega: "Pero, ¿quién puede juzgar la salud mental de la persona cuyos juicios son como sentencias, cuyas pasiones no merecen dudas, cuyas fragilidades deben esconderse porque debilitan la función que representa? De todos los comentaristas que escribieron sobre la muerte de Guzmán, sólo uno -el doctor Julio Hazim- tuvo la agudeza de sentenciar lo evidente: "nunca ocultó demasiado su intención".
No cabe duda de que sólo un médico de formación y profesión, como el doctor Julio Hazim, quien además es un comunicador de singular agudeza y perspicacia en sus juicios sobre diferentes temas de interés nacional, u otros de sus colegas del área de la siquiatría o la sicología, estaba en condiciones de detectar el aparente estado de desconexión con la realidad política del país que abatía al Presidente y de haber sostenido, luego de ocurrida la tragedia, "que Guzmán nunca ocultó demasiado su intención". Una de las interrogantes que en ocasiones suscita la descripción que hace Báez Guerrero en su libro en torno al estado síquico del entonces Presidente de la nación, es cómo fue posible que ni sus colaboradores más cercanos ni sus médicos se percataran del estado melancólico que evidenciaba Guzmán en los días previos a su trágica determinación de quitarse la vida.
II
En torno del tema de la salud de los Presidentes, José Báez Guerrero insiste, en la página 370 de su citada obra que "tanto la salud física como mental de los Presidentes de la República, merece un escrutinio mayor de parte del público y una mejor supervisión de alguna autoridad competente".
Soy de opinión de que respecto de este tema el distinguido periodista y escritor se desplaza sobre arena movediza. Es obvio que los Presidentes, sean dominicanos o de cualquier otro país, dentro de su numeroso equipo de colaboradores, cuentan permanentemente con médicos asistentes de diferentes especialidades de la medicina. Pero, como se trata de los Primeros Ejecutivos de la nación, es evidente que el tema de su salud por lo general sea manejado como un asunto de Estado y no siempre -salvo que se trate de afecciones menores- el mismo es materia de debate público.
Tal vez muchos dominicanos recuerden el hermetismo con el que rodeaba todo cuanto atañía a la vida personal, por ejemplo, de Joaquín Balaguer. Su estilo de trabajo, su exclusiva dedicación a la actividad política y al arte de gobernar, y el misterio con que tanto él como sus asesores manejaban sus asuntos personales, hizo creer a muchos ciudadanos que Balaguer siempre disfrutó de una salud perfecta y que jamás padeció de una simple afección gripal. Sin embargo, cuando devinieron evidentes las manifestaciones de sus problemas visuales (se recordará que en una alocución televisada no pocas personas comprobaron que cuando el mandatario gesticulaba, sus manos inadvertidamente chocaban con el micrófono), el tema devino asunto público y el propio Balaguer admitió sus deficiencias visuales.
Posteriormente, tras ocho años fuera del poder, y a despecho de que ya había perdido totalmente la facultad de la visión, además de que experimentaba mayores limitaciones físico-motoras, Joaquín Balaguer retornó a la Presidencia de la República en 1986 y se mantuvo gobernando el país hasta 1996, con la participación de un reducido equipo de sus colaboradores de mayor confianza. Han transcurrido varios años del fallecimiento de Joaquín Balaguer y ninguno de los facultativos que durante años le brindaron asistencia profesional se ha referido a los problemas de salud que afectaron al mandatario durante el ejercicio de sus elevadas funciones.
En Europa y en Estados Unidos el tema de la salud de los Presidentes también es tratado con mucha discrecionalidad, y sólo cuando algunos padecimientos devienen inocultables, entonces los medios de comunicación y la opinión pública se mantienen enterados de la evolución de los mismos, por lo general a través de un vocero autorizado de la casa de Gobierno. Jefes de Estado, como Adolfo Hitler, Woodrow Wilson, Franklyn Delano Roosevelt y Winston Churchill, para sólo citar unos cuantos ejemplos, durante el ejercicio de sus respectivos mandatos padecieron, unos de "anormalidades síquicas", otros de deficiencias físico-motoras o de accidentes vasculares, y, sin embargo, se mantuvieron conduciendo los asuntos de Estado a pesar de los consejos de algunos de sus facultativos y asesores en sentido contrario.
A continuación cito algunos textos que versan sobre el tema de la salud de los gobernantes a escala mundial: "El poder enfermo. La salud de diez líderes políticos del siglo XX", del doctor Francisco J. Flores Tascón (Madrid, 1996); "When illness strikes the leader. The dilemma of the captive King", escrito por Jerrold M. Post y Robert S. Robins (New Haven, London, 1993); "Aquellos enfermos que nos gobernaron", de Pierre Accoce y Pierre Rentchnick (Barcelona, 1976); "Locos egregios", de Juan Antonio Vallejo Nájera (Madrid, 1982); y los ensayos "Retrato sicológico del Presidente Thomas W. Wilson", de Sigmund Freud; y el titulado "Consideraciones sobre poder político y psicopatología", de Vallejo Nájera, incluido en su obra anteriormente citada.
A lo largo del libro escrito por Báez Guerrero no se revela si el autor tuvo o no acceso a una patografía del entonces Presidente de la República, es decir, a una historia clínica del personaje que permitiera constatar si sus facultativos personales habían detectado alguna manifestación de embotamiento mental o de profunda melancolía o algún síntoma de arterioesclerosis que de alguna manera pudiese haber minado su capacidad de discernimiento político y su estabilidad emocional, induciéndolo a considerar erradamente que su administración había resultado en un fracaso político. Es probable que los más cercanos colaboradores de Antonio Guzmán confundieran con un simple estado de melancolía ciertas manifestaciones patológicas que han padecido no pocos líderes políticos cuando son conscientes de la proximidad del fin de la administración que han encabezado, toda vez que es en esta fase de su existencia en la que devienen presa del denominado síndrome de "la soledad del poder".
Habrá quienes consideren que parte de las reflexiones antecedentes no son más que simples conjeturas. Sin embargo, lo verdad, la que no desnaturaliza los hechos con elucubraciones o suposiciones, sino que parte del hecho históricamente concreto, confiable y comprobable, es que la noche del 3 de julio de 1982, el entonces presidente de la República, Antonio Guzmán Fernández, en un pequeño salón contiguo a su Despacho en el Palacio Nacional, decidió quitarse la vida mediante un tiro en la cabeza; y las verdaderas causas de esa trágica decisión todavía permanecen en la bruma del misterio. Evidentemente que el tema es muy sugestivo e interesante y, naturalmente, su dilucidación escapa a la competencia del historiador. Ojalá y que algunos de nuestros especialistas en el alma humana, como los doctores César Mella, Fernando Sánchez Martínez, Enrique Silié, Huberto Bogaert, Pedro Pablo Paredes, y otros no menos connotados especialistas, se interesen por el tema y nos ilustren con sus autorizadas reflexiones y consideraciones.
Báez Guerrero analiza el suicidio del presidente
Guzmán desde una perspectiva que permite
examinar diferentes componentes causales; esto es,
no como un hecho aislado sino como el resultado de
una serie de factores que gravitaban en la psiquis
de Antonio Guzmán desde mucho antes de escalar
a la primera magistratura del Estado.
Antonio Guzmán decidió quitarse la vida
y las verdaderas causas todavía
permanecen en el misterio.
Guzmán desde una perspectiva que permite
examinar diferentes componentes causales; esto es,
no como un hecho aislado sino como el resultado de
una serie de factores que gravitaban en la psiquis
de Antonio Guzmán desde mucho antes de escalar
a la primera magistratura del Estado.
Antonio Guzmán decidió quitarse la vida
y las verdaderas causas todavía
permanecen en el misterio.
De Juan Daniel Balcácer
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