Desde el aire el espectáculo es impresionante. Debe haber pocas islas tan bellas en el mundo como la Hispaniola, que comparten República Dominicana y Haití. En esta época del año la tierra, verde brillante, sabrosa, contrasta con las caprichosas montañas y con un mar, borracho de azul, que no se acaba. Las playas dominicanas no tienen nada que envidiarle a las brasileñas, mediterráneas o indonesias. Pero conforme te vas acercando, hay que ajustar esa primera impresión. Tan pronto empieza a bajar el avión al aeropuerto de la capital dominicana, es fácil detectar las décadas de abusos y negligencia; calles sin pavimentar, los techos de lámina, el crecimiento urbano alborotado, sin plan. Y ya en tierra, surge inmediatamente la pregunta: ¿cómo es posible que una nación con tantos recursos naturales sea una de las más pobres del hemisferio? La respuesta está en la calle.
La percepción de muchos dominicanos es que su país es pobre debido a los despilfarros históricos y la corrupción consuetudinaria de sus clases dirigentes. Al menos cuatro de cada diez personas viven en la pobreza, según me aseguró un informado periodista. Y confío más en él ya que las encuestas oficiales, en cualquier país, tienden a maquillar las cifras. Los dominicanos, que son muy ingeniosos para describir sus tristezas y alegrías, han acuñado unos términos muy descriptivos para identificar a los aparentes responsables de sus males económicos. A algunos políticos les llaman “come-solos” (por no haber repartido el botín que se robaron). A otros les dicen “come-siempre” (por meterle mano regularmente al presupuesto de la nación).Y no falta por ahí quien acuse de “apaga-estufa” a líderes que, en lugar de crear riqueza, crean hambre y de “sufre-callados” a los que, tarde, se dieron cuenta que apoyaron al candidato equivocado o al que los defraudó.
Ningún partido político se salva. El béisbol, sí, es una pasión en este país pero la política es el deporte nacional. Nunca faltan nuevas combinaciones de comelones. De la misma manera que los que viven cerca de los polos tienen muchas palabras para describir los distintos estados del hielo, así los dominicanos han inventado todo un vocabulario para explicar las tonalidades de la corrupción política. Los políticos que roban están “hirviendo” o “muy calientes”. Los que no lo hacen son “fríos”. Cool. Y hablando de políticos cool, en República Dominicana hay toda una nueva generación de servidores públicos y jueces que le han dado la espalda al autoritarismo y a los abusos del pasado. A esos no hay que perderlos de vista. Tiran alto. En los medios de comunicación también hay varios elementos de preocupación… y de esperanza.
El pastel de la televisión, radio y periódicos está repartido, fundamentalmente, en tres grandes grupos corporativos que, además de dar noticias, tienen bancos, aseguradoras y otras industrias. Y esto, me parece, no es muy saludable para la libertad de expresión.
Prefiero los medios de comunicación independientes, sin compromisos empresariales o gubernamentales. ¿Qué pasaría en República Dominicana, por ejemplo, si un reportero descubre lavado de dinero o un acto de corrupción en el banco del dueño de su periódico? ¿Se atrevería el reportero a denunciarlo y el diario a publicarlo? Lo dudo. ¿Se sentirían los editorialistas y columnistas en total libertad de denunciar que uno de los accionistas de la empresa es socio en un negocito con el secretario de estado, el fiscal, el militar, el sacerdote? No creo. Si el presidente atacara públicamente a algún periodista por las preguntas que hace o las ronchas que levanta ¿saldría su periódico, estación de radio o televisión a defenderlo? ¿Pondrían en riesgo los negocios de la empresa por una noticia? No lo sé.
El objetivo principal de los empresarios es ganar dinero y el de los periodistas dar noticias; muchas veces estos dos ejercicios no son compatibles. Aún así –y esto es importante decirlo- República Dominicana tiene su buena dosis de diversidad en los medios de comunicación y una creciente conciencia crítica entre sus periodistas. En estos días no se puede mandar callar a un reportero como se hacía en la época del dictador Trujillo o en alguna de las seis presidencias -¡seis!- de Joaquín Balaguer. En República Dominicana hay cada vez más periodistas concientes de su labor, valientes…y muy mal pagados. (Esa es otra de las debilidades del sistema.) Pero cuando los dominicanos no están trabajando duro, viendo la televisión, discutiendo sobre la pelota o hablando de política, es fácil verlos bailar en las calles o jugando dominó cerca de la maravillosa zona colonial de Santo Domingo. Estoy apantallado de esta belleza arquitectónica y de la aparente seguridad que se respira en sus calles, incluso, en altas horas de la noche.
Esa tranquilidad ha desaparecido en casi todas las capitales latinoamericanas. No aquí. República Dominicana es una joyita. El dinamismo de su gente es sólo comparable al más rápido de sus merengues. Sus hoteles, playas y gastronomía son un extraordinario imán internacional. Sus jóvenes y empresarios han ayudado a que tenga uno de los índices de crecimiento más altos de la región. Pero…pero por alguna razón todavía hay muchos que prefieren arriesgarlo todo para cruzar las tortuosas aguas del canal de la mona en una yola hacia Puerto Rico. El ejército de emigrantes, el alto número de pobres, el siempre prolífico vocabulario para describir la corrupción gubernamental y las mordazas potenciales a los periodistas son claras señales de preocupación. Pero todo esto, desde el aire, no se nota. ¿Qué falta en República Dominicana? Bueno, no soy nadie para decirlo pero, según me cuentan, urge –como en casi toda América Latina- una nueva generación de líderes (políticos, económicos, de opinión…) que no deje a nadie fuera del progreso de la isla, que tenga las manos limpias y a quien los dominicanos podrían llamar, con orgullo, los “todos-comen”. Y en este viaje tuve la suerte de conocer a varios de ellos; nuevos aires –puedo reportar- soplan sobre la isla.