
El rostro de ambos es apacible. No hay crispaciones. El sacerdote nigeriano había sonreído antes a los periodistas como respuesta a sus difíciles preguntas. El embajador estadounidense cumple su misión sin estridencias.
Prestan concentrada atención a los discursos con una sola diferencia: políglota, el nuncio no necesita escuchar la traducción a su lengua, el embajador sí.
Al religioso no le dolió la garganta como pretexto de ausencias ni pidió que lo cambiaran de lugar para no compartir cercanías con el activista por los derechos de los homosexuales.
Algunos deberían aprender de ellos.
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