Rafael Nadal se arrojó dos veces al suelo anaranjado. Aplaudió a la multitud y dejó caer algunas lágrimas de gozo. Luego, el Rey de la Arcilla posó junto a la Reina de España.
Sin embargo, la exuberante celebración de su quinto título del Abierto de Francia no trajo consigo la gran fiesta que uno podría esperar en la noche parisina. “Es difícil tener un gran festejo si tienes que practicar mañana”, explicó Nadal.
Es que Wimbledon está cerca. El tercer Grand Slam del año y el más prestigioso de la gira de la ATP comienza en apenas dos semanas y el español quería comenzar de inmediato a preparar su juego sobre césped.
La agenda de Nadal del ayer lunes incluía: posar con el trofeo ganado en Roland Garros en Disneylandia París; tomar un tren Eurostar que lo llevara a Londres por el túnel del Canal de la Mancha; y cumplir con una sesión de entrenamiento a la noche en una cancha de césped.
Nadal cambia de superficies tras terminar invicto la temporada de arcilla con su victoria sobre el sueco Robin Soderling, 6-4, 6-2, 6- 4, en la final en el estadio Roland Garros. El triunfo le permitió bajar otra vez al suizo Roger Federer del número uno y volvió más espectacular una potencial final entre los dos en Wimbledon, el 4 de julio.
La rivalidad entre los dos genios del tenis actual ha estado archivada por un tiempo. Se enfrentaron una sola vez en el último año y no se cruzan en un torneo mayor desde febrero del 2009.
En París, Federer quedó afuera ante Soderling en cuartos de final. En Wimbledon el año pasado, Nadal no se presentó por problemas en una rodilla.
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